Se queja el director Vassily Sinaisky de que el sonido de todas las orquestas del mundo han terminado siendo el mismo. Ya no hay matices ni posibilidad de alabar "la manera de concebir las cuerdas por parte de los rusos, de la capacidad de morbidez armónica de Filarmónica de Viena o del incisivo virtuosismo de las orquestas americanas" como dice Tomás Marco en El Mundo.
Se trata efectivamente de un ejemplo concreto de nuestra cultura actual. La revolución tecnológica y sobre todo el desarrollo de la globalización ha supuesto que cualquier músico del mundo pueda tener una mejor formación, así como contacto con músicos de otros países con los que en otras circunstancias habría tenido un muy difícil acceso.
Pero la ambivalencia de la tecnología, también trae su cara negativa: la disolución del sustrato étnico, la uniformización.
Y en esa uniformización es el propio intérprete el puede salir perdiendo, ya que si es un mero ejecutor, sin diferencia con otro, sin originalidad, se eliminaría la base para reconocerle derechos de propiedad intelectual sobre su ejecución.
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