miércoles, 18 de mayo de 2016

J.K. Rowling y el derecho (moral) del autor a firmar su obra con pseudonimo

Dice el artículo 14.2ª de nuestra Ley de Propiedad Intelectual que el autor puede "determinar si tal divulgación ha de hacerse con su nombre, bajo seudónimo o signo [acuérdense de Prince], o anónimamente".
Estos días en la prensa se cuenta la ocurrencia que tuvo la exitosísima J.K. Rowling (la primera persona que ha ganado 1.000 millones de euros por escribir libros) de ponerse a prueba a ella misma: ¿por qué escribe novelas con pseudónimo? (que por cierto, es su derecho moral como autora), "quería demostrarme a mí misma que podía publicar un libro por el mérito del libro, no por mi nombre".
Dos editoriales rechazaron su novela y ella publicó las cartas de rechazo para animar a los autores jóvenes. Pero eso sí, una vez descubierto quién escribía tras el pseudonimo de Robert Galbraith, la editorial que la publica ha puesto una pegatinita en la cubierta, no vaya a ser que...

miércoles, 4 de mayo de 2016

"Sobre patrimonio artístico y otras charlatanerías", de José Jiménez Lozano

El escritor José Jiménez Lozano publicaba en El País allá por 1980 este artículo titulado Sobre patrimionio artístico y otras charlatanerías. 

¿Y el Estado? ¿Y los entes oficiales culturales? ¡Ah!, el valor artístico se ha decidido según la rentabilidad turística o académica, y en atención a las grandes firmas. La belleza que no lleva «firma» es como un cheque sin fondos. La ausencia secular de cuidados ha hecho, además, que docenas y.aun cientos de monumentos, pinturas o esculturas, estén reclamando a un mismo tiempo consolidación o restauración, y se necesitaría un presupuesto astronómico para llegar a todas partes. Se necesitaría, en cualquier caso, que todas estas cosas interesaran, porque con frecuencia es suficiente un cemento consolidador no muy caro para que un fresco románico no se venga abajo, pero si este fresco está en una aldea y la aldea no se encuentra en ruta turística, se decide dejarlo caer, en el caso de que se tenga noticia de su existencia misma. Cuando todo haya acabado de caer -si es que esta hora no está llegando o no ha llegado ya- se comenzará a parlotear de cultura o de historia y arte, que, para más «inri», en nuestra sociedad tecnológica también se han convertido en saberes esotéricos y técnicos con sus expertos. Como si la befieza no estuviera ahí para ayudar a vivir y a transcenderse a todos los hombres, como si el arte y la conciencia de identidad histórica no fuera necesario que estén ahí, para permitirnos seguir siendo hombres, y no meros supervivientes biológicos cercados de coches, de snaks o pubs, de silos y garajes, más interesantes ya para tantos seres humanos que la Moreruela o San Clemente de Tahull.